DEL CIUDADANO AL CONSUMIDOR (SIGUE LA LECTURA DE HANNAH ARENDT EN COMPAÑÍA DE ZYGMUNT BAUMAN)
Actualmente la referencia a la felicidad pública, resulta totalmente anacrónica. De hecho, en el vocabulario de los hombres del siglo XVIII, felicidad y libertad públicas tenían, según refiere Arendt, una relación muy estrecha; puede decirse que la felicidad pública se daría,para aquellos primeros revolucionarios americanos, con el advenimiento de la libertad pública, es decir, el derecho del ciudadano a acceder a la esfera pública, a participar en los asuntos públicos. En este sentido preciso, la libertad era la esencia de la felicidad. En cambio la libertad civil o individual se identificaba con el bienestar privado. Es esta contraposición la que interesa analizar con más detalle.
La libertad individual como tal es accesible a los individuos, de tal manera que puede decirse que en todos los regímenes ha existió una libertad individual más o menos extendida. En los regímenes despóticos, autoritarios o aristocráticos, pocos o muy pocos gozaban de libertad y bienestar. Sin embargo, la felicidad o la libertad públicos son accesibles solamente al conjunto de la comunidad. De ahí la fácil traslación, en las sociedades individualistas, de la felicidad y libertad públicas al bienestar individual y a la libertad asimismo individual, consagrando por el mismo movimiento, la derrota del ciudadano a manos del consumidor ( o la subordinación del espacio público, político, a la esfera del interés privado).
Si la autora alemana señaló la transición entre ambas formas de libertad, ha sido más tarde Zigmunt Bauman quien ha explorado este mismo camino a la luz de las transformaciones recientes en la sociedad occidental.
En efecto, para Arendt,
En el siglo XIX desapareció el ciudadano de las revoluciones y fue substituido por el individuo privado. Sigue la autora: "...podemos considerar esta desaparición del ‘gusto por la libertad política' como la retirada del individuo a una ‘esfera íntima de la conciencia' donde se encuentra la única ‘región apropiada para la libertad humana'" [p. 187] (El entrecomillado pertenece a John Stuart Mill, Sobre la libertad)
Zigmunt Bauman (Libertad, Madrid, Alianza 1988, páginas 152 a 157) comenta el anterior párrafo del siguiente modo:
La distancia histórica que va de 1963, primera edición de Sobre la revolución a 1988, primera edición de Libertad, lleva a Bauman a señalar que:
He subrayado en la anterior cita de Bauman lo que hoy define (más aún que en 1988) la trampa del bienestar, que se expresa como esta carencia de límites en los deseos, pero unos deseos que se limitan, precisamente, a la posesión de bienes de consumo. Consumir, añadiría, es un mero goce de la posesión: en esta espiral, "los consumidores libres son ‘pobres'" en relación con la riqueza inalcanzable para la gran mayoría.
Así, paradójicamente, la imagen del bienestar no es otra cosa más que la imagen de la pobreza en medio de la abundancia.
La modernidad occidental, individualista, ha creado un individuo consumidor, máquina insaciable, cuyo goce no es concebible más que a través del creciente e indefinido crecimiento de sus posesiones. Una nueva pobreza que se proyecta en la comparación interpersonal, con la promesa de un futuro de riqueza.
No queremos darnos cuenta de que el creciente número de objetos que poseemos en relación con el que poseían nuestros padres, y no digamos nuestros abuelos, no significa que somos más ricos que ellos, sino que las condiciones materiales para poder sobrevivir se han multiplicado desmesuradamente.
Desde otros países del llamado Tercer Mundo, la imagen del bienestar consiste simplemente es esta desmesura, esta abundancia material que se sitúa en una escala inalcanzable, pero de la que, de una forma u otra se busca participar. Pero estas consideraciones serán objeto de otra intervención.
La libertad individual como tal es accesible a los individuos, de tal manera que puede decirse que en todos los regímenes ha existió una libertad individual más o menos extendida. En los regímenes despóticos, autoritarios o aristocráticos, pocos o muy pocos gozaban de libertad y bienestar. Sin embargo, la felicidad o la libertad públicos son accesibles solamente al conjunto de la comunidad. De ahí la fácil traslación, en las sociedades individualistas, de la felicidad y libertad públicas al bienestar individual y a la libertad asimismo individual, consagrando por el mismo movimiento, la derrota del ciudadano a manos del consumidor ( o la subordinación del espacio público, político, a la esfera del interés privado).
Si la autora alemana señaló la transición entre ambas formas de libertad, ha sido más tarde Zigmunt Bauman quien ha explorado este mismo camino a la luz de las transformaciones recientes en la sociedad occidental.
En efecto, para Arendt,
"[América] fue cayendo bajo la influencia de los ideales que habían (sic) inspirado la pobreza, distintos de los principios que habían (sic) inspirado la fundación de la libertad. En efecto, la abundancia y el consumo ilimitado son los ideales de los pobres; son el espejismo en el desierto de la miseria. En este sentido, la abundancia y la miseria son sólo dos caras de la misma moneda; los lazos de la necesidad no necesitan ser de hierro, pueden ser de seda. En efecto, la ‘pasión fatal por las riquezas llovidas del cielo' nunca fue el vicio de hombres sensibles, sino el sueño de los pobres... Aunque es cierto que la libertad sólo puede llegar a quienes tienen cubiertas sus necesidades, también es cierto que nunca la lograrán aquellos que están resueltos a vivir de acuerdo con sus deseos" [Sobre la revolución, p.185]
En el siglo XIX desapareció el ciudadano de las revoluciones y fue substituido por el individuo privado. Sigue la autora: "...podemos considerar esta desaparición del ‘gusto por la libertad política' como la retirada del individuo a una ‘esfera íntima de la conciencia' donde se encuentra la única ‘región apropiada para la libertad humana'" [p. 187] (El entrecomillado pertenece a John Stuart Mill, Sobre la libertad)
Zigmunt Bauman (Libertad, Madrid, Alianza 1988, páginas 152 a 157) comenta el anterior párrafo del siguiente modo:
"Estos ‘hombres pobres' de los que escribió Hannah Arendt no son necesariamente personas que viven ‘objetivamente' en la pobreza... Algunos de ellos sin duda son pobres en este mismo sentido. Pero hay muchos otros que son ‘pobres' y que tienden a permanecer así, porque lo que poseen es lastimoso en comparación con lo que existe en oferta y porque todos los límites han sido eliminados de sus deseos. Son ‘pobres' porque la felicidad que persiguen se expresa en una cantidad creciente de posesiones y por tanto se les escapa constantemente y nunca será alcanzada... Los consumidores libres son ‘pobres' y por tanto no tienen interés en la ‘libertad pública'" [p. 154] (Yo subrayo)
La distancia histórica que va de 1963, primera edición de Sobre la revolución a 1988, primera edición de Libertad, lleva a Bauman a señalar que:
"Lo que Arendt no tuvo tiempo de observar fue que la sociedad de consumo, que nació de la ‘fragmentación' del bienestar público en una multitud de actos de consumo, desarrolló las condiciones para su propia perpetuación" [p. 154,5]
He subrayado en la anterior cita de Bauman lo que hoy define (más aún que en 1988) la trampa del bienestar, que se expresa como esta carencia de límites en los deseos, pero unos deseos que se limitan, precisamente, a la posesión de bienes de consumo. Consumir, añadiría, es un mero goce de la posesión: en esta espiral, "los consumidores libres son ‘pobres'" en relación con la riqueza inalcanzable para la gran mayoría.
Así, paradójicamente, la imagen del bienestar no es otra cosa más que la imagen de la pobreza en medio de la abundancia.
La modernidad occidental, individualista, ha creado un individuo consumidor, máquina insaciable, cuyo goce no es concebible más que a través del creciente e indefinido crecimiento de sus posesiones. Una nueva pobreza que se proyecta en la comparación interpersonal, con la promesa de un futuro de riqueza.
No queremos darnos cuenta de que el creciente número de objetos que poseemos en relación con el que poseían nuestros padres, y no digamos nuestros abuelos, no significa que somos más ricos que ellos, sino que las condiciones materiales para poder sobrevivir se han multiplicado desmesuradamente.
Desde otros países del llamado Tercer Mundo, la imagen del bienestar consiste simplemente es esta desmesura, esta abundancia material que se sitúa en una escala inalcanzable, pero de la que, de una forma u otra se busca participar. Pero estas consideraciones serán objeto de otra intervención.
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