CATÁSTROFE CULTURAL Y ECONOMICIDIO
Para que la imagen del bienestar pueda ejercer un efecto (y un afecto) sobre los futuros inmigrantes ha debido de producirse previamente un cambio cultural; mejor dicho, una auténtica catástrofe cultural.
El proceso que condujo a Occidente a su modernidad supuso una gran transformación cultural, similar a la que se produjo posteriormente en los territorios no metropolitanos. Como señala Karl Polanyi (La gran transformación) , refiriéndose a la Europa de la Revolución Industrial:
"Separar el trabajo de las demás actividades de la vida y someterlas a las leyes del mercado, era aniquilar todas las formas orgánicas de la existencia y remplazarlas por un tipo de organización diferente, atomizado e individual" (p. 220, de la edición francesa; yo traduzco).
Y añadía, en referencia explícita a los países (por entonces, 1944) colonizados:
"Hay que forzar a los indígenas a ganar su vida vendiendo su trabajo. Para ello, hay que destruir sus instituciones tradicionales e impedir reformarlas, puesto que en una sociedad primitiva, el individuo no está en general amenazado de morir de hambre a menos que la sociedad en su conjunto no se encuentre en este triste caso" (p. 220)
Había señalado unas páginas antes:
"No es la explotación económica, como se supone con frecuencia, sino la desintegración del entorno cultural de la víctima que es entonces la causa de la degradación. El proceso económico puede naturalmente proporcionar el vehículo de destrucción y, casi invariablemente, la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa inmediata de su pérdida no es sin embargo económica; reside en la herida mortal inflingida a las instituciones en las que se encarna su existencia social. El resultado es que no se respeta más a sí mismo, y que pierde sus criterios morales, se trate de un pueblo o de una clase, que el proceso surja de lo que se denomina un ‘conflicto de cultura' o de un cambio de posición de una clase en el interior de una sociedad. Para aquel que estudia los inicios del capitalismo, el paralelismo está lleno de sentido. Las condiciones en las viven hoy día algunas tribus indígenas de África se parecen indudablemente a las de las clases trabajadoras inglesas durante los primeros años del siglo XIX" (p. 212)
De esta forma, perdidos los referentes culturales, desposeídos de sus medios de vida habituales, al substituirse la agricultura llamada de subsistencia por los cultivos comerciales especializados, el africano se ve expulsado no sólo físicamente sino también culturalmente de su entorno social.
Que este proceso, como ya observara Polanyi, se dio obviamente en las colonias, que unían a la explotación económica la "civilización" de los pueblos primitivos, se ha acentuado mucho más desde las independencias formales y la expansión occidental (ahora llamada globalización).
Como indica Dominique Temple (Estructura comunitaria y reciprocidad. Del quid-pro-quo histórico al economicidio. La Paz (Bolivia) Ed. Hisbol- Chitaolla, 1989) , "el sistema capitalista, en efecto, pretende sustituir los valores indígenas de prestigio por las mercancías que éste produce" (p. 48) para lo cual habrá de imponer al sistema productivo indígena la necesidad de dotarse de los medios para adquirir "las mercancías de prestigio que propone en lugar de sus propios valores: lo cual significa, por un lado, destruir los sistemas de reciprocidad y, por otro, fomentar la producción para la exportación" (p. 49) En esta tarea, las ONG tienen un papel importante:
"consiste en sustituir la infraestructura de reciprocidad por una infraestructura de intercambio. Esto es lo que proponemos llamar ‘economicidio'. Es la función esencial y sistemática de la ONG occidentales. El economicidio no es exclusivo de las ONG. Es también característico de la cooperación técnica y de la ayuda internacional. Pero las ONG son prácticamente las únicas fuerzas occidentales que pueden intervenir en las comunidades indígenas" (p. 54)
En efecto, la ayuda al desarrollo, contemplada desde la perspectiva de las culturas vernáculas, es un importante vehículo de aculturación, de depreciación de las culturas no occidentales y, particularmente, de individualización. El habitante de las chabolas de las macro aglomeraciones urbanas (no podemos llamarlas ciudades) del África, Asia o América, ha perdido los vínculos con sus comunidades de origen, en las cuales todos comparten las penalidades y las alegrías, pero donde nadie es más pobre que los demás, puesto que todos son, antes que nada, miembros de la familia, el clan o la tribu.
Así, los pueblos de cultura no occidental, sometidos desde diferentes frentes a la pérdida de sus referentes culturales, están capacitados para ser seducidos por las imágenes del bienestar individual con que les bombardea Occidente. Abrumados por la tecnología y la riqueza que se les promete desde todos los medios de comunicación, únicamente se les ofrece un camino: alcanzar, con el riesgo de sus vidas, las orillas del paraíso del bienestar.
No sólo estos inmigrantes vienen a hacer los peores trabajos, con sueldos miserables y muchas veces en la ilegalidad y bajo explotación más abyecta; no únicamente contribuyen al crecimiento de nuestra economía y a la prosperidad de nuestras empresas sino que, además, nos permiten sentirnos ricos, civilizados y generosos; nos permiten pensar que, en efecto, vivimos en el mejor de los mundos posibles.
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